Autor:
Jeshua Ortigas Arellano
DESREGULARIZACIÓN
DE LOS MERCADOS FINANCIEROS Y SUS CONSECUENCIAS.
Nos encontramos en la llamada “Edad Dorada del
Capitalismo”. Las tasas de crecimiento del PIB de países de la OCDE triplican a
los años pasados y poco tendrá que envidiar a los años que le siguen. Quién lo
diría después de haber presenciado la II Guerra Mundial, sin embargo, alguna
medalla se puede debe otorgar después haber conseguido que, además del
crecimiento de los países que lograron la victoria, los países derrotados
tuvieran una tendencia elevada de desarrollo (Japón, Alemania e Italia). En
general se asentó un ambiente fértil, permitiendo que hubiera más países
desarrollados compitiendo por alcanzar al referente de aquella época. En este
camino labrado la extensión de la industrialización a los países y regiones más
atrasadas (países mediterráneos, Europa del este,etc), no solamente permitió
una mayor extensión, sino además, una mayor eficiencia a base de tecnología.
Algo así como el primer tractor en la agricultura. Esta producción dio paso a una alta inversión (crecimiento de
beneficios por moderación salarial y ampliación del marcado, sumado a la
inversión de capitales norteamericanos y el aumento del ahorro en un marco de
liberalización del comercio mundial (mercancías, servicios y factores de
producción). Obteniendo resultados tan palpables como el Estado de Bienestar.
El crecimiento económico, que había desempeñado un
papel esencial en la consolidación de la democracia, sufrió un estancamiento a
finales de los años sesenta y, en los
países industriales, se observó un fenómeno paralelo de desarrollo de la
inflación y del paro. Se dice que en 1965, el por entonces ministro de Finanzas
británico, Ian McLeod acuño el término “Estanflación”; la combinación de
<<recesión>> e <<Inflación>>. El ingenio volaba por
aquel entonces para saber qué le estaba pasando a la economía, pero los golpes
duros llegarían para 1973 y 1979. Mientras tanto, el ocaso de esta edad se iba
asomando por el horizonte con el síntoma más claro de desaceleración del
crecimiento por agotamiento de las bases del desarrollo. Entre las
características se observan situaciones como el proceso de convergencia se
agotaba; falta de incentivos y estructuras para la innovación tecnológica;
mucha dificultad para identificar las inversiones estratégicas eficientes de
parte de los agentes económicos; un claro descenso de la demanda y de la
productividad; además, y como resultado, una menor inversión. Un último
engranaje que añadir, en 1971 el presidente de los Estados Unidos, Nixon,
declaró que no convertiría el dólar en oro, y hay que tener en cuenta que por
aquel entonces la cantidad de dólares en bancos centrales extranjeros superaba
las reservas de oro. Esto creaba una mayor sensibilidad de crisis para los
bancos si les llegasen a reclamar la converisión. Dos años después, en 1973, los
países de la OPEP declararon un embargo de las exportaciones de petróleo a EEUU
y a Europa Occidental, debido al apoyo a Israel en la Guerra de Yom Kippur. Y,
como si fuese una réplica de un terremoto, en 1979 se darían las circunstancias
para que se diera una nueva crisis del petróleo.
Comenzó el 23 de agosto de 1973, a raíz de la
decisión de la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo (agrupaba
a los países árabes miembros de la OPEP: Egipto, Siria, Túnez y Irán) de no
exportar más petróleo a los países que habían apoyado a Israel durante la
guerra del Yom Kippur. (Guerra de Israel con Siria y Egipto). Esta medida
incluía a Estados Unidos y a sus aliados de Europa Occidental. Puesto
que en condiciones normales las fluctuaciones en la demanda del petróleo son
pequeñas (cuando sube el precio sólo se compra un poco menos), los precios
tenían que subir drásticamente para conseguir que se redujera notablemente la
demanda, y así poder establecer un nuevo nivel de consumo impuesto por la
oferta. El embargo se tenía un claro objetivo. El control del gobierno
estadounidense, pensando mantener el precio a unos niveles aceptables, acabó
aumentando el impacto económico debido a los cortes de suministro. Como
consecuencia, se inició una prolongada recesión y aumentó notablemente la
inflación; se duplicó el precio real del crudo, o como se diría, el precio
crecía como la espuma. Esta crisis económica que se despertaba en los años
setenta debilitó seriamente el consenso de posguerra sobre el crecimiento
económico y el sistema de bienestar. La recesión económica, la inflación, las
pérdidas masivas de empleo, la crisis fiscal del Estado y el aumento sin
precedentes de la deuda pública manifestaron los altos costes de mantener el
bienestar económico y social. Desde entonces comenzó a disminuir la confianza
en la intervención económica estatal, crecieron las dificultades de los gobiernos
para mantener el compromiso del pleno empleo y se hicieron habituales las
restricciones del gasto social. La ruptura del crecimiento económico arrastró a
la política social expansiva afectando también al sistema político.
La crisis derivó en una nueva interrelación política
entre capital y trabajo, a causa de la ruptura del acuerdo sobre la gestión
gubernamental de la demanda. Los nuevos dificultades y las influencias teóricas
neoliberales (Escuela de Chicago) contribuyeron a minar el generalizado
consenso de la posguerra sobre el papel del Estado, alentando la necesidad de
cambio de las prioridades en la dirección económica de las políticas
gubernamentales. Apartándose del pensamiento keynesiano y de la atención al
pleno empleo, pasando a centrar las prioridades en el combatir la inflación
(control de los precios y los salarios) y evitar los déficits de la balanza de
pagos, dando la bienvenida a una política económica monetarista. Los
pensamientos neoliberales aparecieron en escena, denunciando la carga del
Estado sobre la población activa y el efecto negativo sobre la competitividad
de las empresas que suponían las cargas sociales. Las críticas al Estado de Bienestar,
cuyo crecimiento empezó a considerarse que comportaba más daños que remedios,
no se hicieron esperar con la irrupción del nuevo pensamiento, partidario de un
sustancial repliegue de las fronteras del Estado. Pero también dentro de la
propia izquierda se cuestionó la convicción de que el Estado pudiera asumir la
responsabilidad del bienestar de los ciudadanos. Esta dinámica vino favorecida
por los escasos resultados de las políticas keynesianas que llevaron a cabo los
gobiernos socialdemócratas para tratar de frenar la crisis entre finales de los
setenta y el comienzo de los ochenta.
La aplicación de políticas económicas conservadoras
no se hizo esperar (control del déficit público y economía más liberalizada y
desregulada). Los primeros países en implementarlas fueron Gran Bretaña,
E.E.U.U y Chile. Con las bases teóricas de Milton Friedman se descarta como
instrumento la oferta monetaria por imposibilidad de control ante la
proliferación de nuevos activos financieros totalmente líquidos (venta de deuda
pública con pacto de recompra); se da una subida del interés bancario; en lo
referente a la política fiscal, se da un aumento de la tributación indirecta
(regresiva) rebajando los tipos marginales máximos (impuesto adicional que se
paga en los tramos altos de renta), además de la eliminación de algunas
exenciones que da como resultado un aumento de la recaudación; la
desregularización de los mercados de trabajo y de los mercados financieros no
fijando un crédito máximo de parte de los bancos; un coeficiente obligatorio de
inversión y un no coeficiente de caja. Este camino no quedaría completo sin la
privatización de algunas empresas públicas. No se les podía escapar ningún
detalle después del duro varapalo al que hacia frente la economía mundial.
La desregularización de los mercados financieros
tuvo claras manifestaciones. El abandono de los mecanismos de control se hizo
notorio (coeficiente de solvencia o apalancamiento; coeficiente de liquidez;
restricción de los tipos de activo; etc.) y la creación y comercialización de
nuevos productos financieros hicieron su estelar aparición tratando de rescatar
el momento. Dentro de este panorama se observan consecuencias como el bono de
titulización de activos –ABS- (bono compuesto por miles de préstamos de origen
diverso); obligaciones garantizadas por deuda –CDO- (un bono estructurado que
combina una serie de ABS divididos en tramos con riesgos diferenciales); una
permuta por incumplimiento crediticio –CDS- (póliza de seguro); las opciones,
un contrato que otorga a la parte contratante el derecho de compra o venta de
algo en una fecha determinada a un precio fijado en el presente; y una permuta
que permitiera reemplazar una serie de pagos o beneficios futuros por una serie
de pagos o beneficios fijos son los factores que se extraen de la actuación de
la economía política encaminada a la desregularización frente a la crisis del
petróleo.
En otras palabras,
el movimiento desregulatorio que se inició en la década de los 70 se
aplicó a los bancos como a cualquier otra industria, en busca de una mayor
eficiencia, sin tener en cuenta otras consideraciones. Se permitió a otro tipo
de intermediarios ofrecer servicios similares a los de la banca comercial, como
la emisión de cheques. A la vez, se relajó la regulación de la banca comercial,
para que pudiera competir con los nuevos
intermediarios financieros, pero la mayor competencia hizo que sus préstamos
comenzasen a ser a mayor plazo y con mayor nivel de riesgo. Al reducirse los
tipos de interés a comienzos de esta década para atajar la crisis, los bancos y
otros intermediarios tuvieron incentivos a satisfacer la mayor demanda de
créditos para vivienda y para el consumo de bienes duraderos, pidiendo prestado
en grandes cantidades, en vez de elevar su capital, aumentando con ello muy
significativamente su apalancamiento.
La tendencia de desregularización que aparece en este
contexto como solución a una de las crisis más importantes del último siglo se
basa en la actualización –a modo de sistema operativo- de los principios
liberales. La gran justificación de este cambio es la aparente –para aquel
entonces- incompatibilidad de los objetivos y métodos del Estado de Bienestar
con el progreso económico. Donde, implícitamente, aparece la necesidad de
reducir el aparato estatal para dar paso a otra forma de economía. La nueva
argumentación enfocada a la falta de iniciativa individual, del trabajo y del
ahorro, de la pérdida de competitividad y eficiencia de la economía; también,
se le recrimina la sobrecarga al Estado en lo referente a la continua
ampliación de los derechos sociales, observando que en esa línea el Estado
dejaría de poder hacer frente a esas necesidades. En definitiva, la gran
consecuencia de la desregularización de los mercados (como se deja ver entre
líneas), fue reducir la capacidad de acción del Estado que, aparentemente,
había asfixiado a la economía de por
aquel entonces.
Muy interesante
ResponderEliminarBuen enfoque sobre el tema
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